Una tarde llego mi tía a casa con un regalo para mí, barajé varias posibilidades juzgando el tamaño del paquete, se me ocurrió una barra inmensa de chocolate que de hecho era importado, una agenda, una libreta o un diario, “sí eso tiene que ser un diario”, me dije.
En mi cabeza surgieron varias ideas de cómo
empezar mis relatos, quería contarlo todo, quería contarle a mi diario que mi
sueño de casarme con Dan Moroboshi fue aterrizado cuando vi en el mapa que Lima y Japón se encontraban muy distantes, que ya superada esa etapa moría en ese momento por el niño
gordito del 304, que podía dar vueltas sobre las cuatro ruedas posteriores de
mis patines o que inspirada en Richard Kimble había querido irme innumerables
veces de mi casa de madrugada, plan que me había fallado todas las veces porque siempre me quedaba dormida.
Llegó el momento de retirar el papel de regalo y lo que vi fue algo que no podía identificar muy bien. Para
empezar mi diario tenía todas las hojas impresas y un título que decía: “Manual
de Urbanidad y Buenas Costumbres”, yo seguía sin entender nada, seguía
conectada a la idea de mi primer diario aunque ninguna de esas hojas tenían
espacio para mis historias, la realidad era entonces contundente y
aplastante: ¡Me habían regalado el bendito Manual de Carreño! y si una de las premisas
para hacer un regalo es la necesidad del beneficiado, entonces ¿la oferente de verdad pensaba
que yo lo necesitaba?.
Como mi familia tenía una comunicación
defectuosa por el uso y abuso de las connotaciones, estaba totalmente entrenada
para "pararla" al toque: Lo que mi tía había querido decirme era que mi urbanidad
andaba por los suelos y que definitivamente yo era una maleducada.
Recapacité sobre mi conducta durante la última visita que le hice, cómo había usado los cubiertos, cómo me había reído o cómo me había sentado…estaba perdida sin duda.
No recuerdo más detalles de esa tarde, solo que a pesar de todo no quería que la
visita se vaya porque sabía que al cerrarse la puerta vendría la requintada de
mi madre.
Muchos años anduvo ese manual dando vueltas, yo
no lo podía ni ver, se me escarapelaba el cuerpo cuando en el librero se
asomaba esa pasta marrón con letras doradas, nunca lo leí. Un buen día
aprovechando un viaje de mi mamá, llamamos al “botillas" que pasaba por
allí y le entregué el ejemplar camuflado entre periódicos, platos astillados,
floreros y azucareros sin tapa.
Lo único que me había gustado de la obra de Carreño era su olor a libro viejo que hacía volar a mi imaginación, pensaba en
como habrían sido las anteriores lectoras, quiénes habrían sido,
cómo andaban ataviadas, si se habían enamorado, si habían sido
felices siguiendo cada pauta del libro o si por el contrario fueron niñas o
señoritas reprimidas y amargadas.
El Manual de Urbanidad y Buenas costumbres de
este caballero venezolano era para mí como una amenaza a mi propio ser, yo
en realidad tenía miedo a dejarme convencer por el, no me explico otra razón
por la cual despotricaba contra algo sin conocerlo a profundidad, dejándome
llevar por lo que había escuchado decir. Estaba posicionado en mi cabeza como el compendio de la
represión y la drasticidad, un texto desfasado para la época que sin duda
acabaría conmigo, con mi esencia. Tal vez por eso escondía en mi aversión a los
buenos modales extremos y antiguos, mi miedo a dejar de ser yo.
Quizás fue por eso que cuando empecé mi
etapa de estudiante en la escuela de periodismo me llamaba poderosamente la
atención una mancha de chicos que eran exactamente todo lo que, me habían
enseñado, no se debe ser: Vestidos de negro, con los pelos parados, pantalones
rotos, insignias y parches en sus prendas con letras al revés y cuadernos
marcados con una "A" encerrada en un círculo, símbolos y nombres
nuevos para mí, palabras que yo desconocía por completo. Circulaban entre sus manos fanzines, libros y
muchos cassettes a los que llamaban maquetas con distintos nombres, entre lo que mas recuerdo Lima 13, Zcuela Crrada, Eutanasia, Voz Propia, Leuzemia, Narcosis y el que mas me impactó: "Q.E.P.D. Carreño" nombre que claramente aludía al eterno descanso del autor del manual, lo que me pareció tan genial,
creativo y divertido que, contraviniendo a mis gustos musicales y sobre todo
estando muy de acuerdo con la denominación, decidí darle una oportunidad al
hardcore y al punk abriendo así mis oídos a nuevas experiencias.
Muchos años han pasado desde esa tarde en la
que recibí semejante regalo y a pesar de que lo mandé a darse una vueltita sin
retorno, el Manual de Carreño regresó a mi hace unas semanas, cuando lo vi a la venta
en una feria de libros antiguos. Me animé a comprar el ejemplar y llevarlo a
casa porque principalmente creo en las segundas oportunidades y porque si hay
algo que he aprendido en los últimos años es a ser un poco más tolerante
y tratar de entender diferentes puntos de vista y si además el título alude a
las buenas costumbres ¿por qué no darle una revisada con otra mirada?
Hoy encuentro que el destacado, ilustre y nunca antes bien ponderado Manuel Antonio Carreño definitivamente merece una reivindicación de mi parte. Sus recomendaciones me dejan con una sensación de optimismo que jamás pensé experimentar tras su lectura; muchas de sus enseñanzas las considero tan elementales y básicas que su libro bien podría ser un verdadero manual de instrucciones para convertirse en un gran ser humano.
En sus páginas habla sobre tolerancia, en la
sociedad, con los extraños, sobre la conservación de la paz, sobre el destierro
de hechos que te hicieron daño y que traídos al presente generan más heridas en
ti y tu entorno, sobre la consideración, la solidaridad, la cautela y el amor a
nuestros semejantes.
Cada una de sus recomendaciones son como una
sesión de coaching, sus enseñanzas te conducen a no ceder a la ira ni a la
venganza así como callar las miserias y debilidades del otro, darle siempre una
mano al desvalido y llevar consuelo a quien lo necesite . Para Carreño es
mandato llevar esta verdad al que no la sabe: “Las estadísticas de la
criminalidad deben llamarse estadísticas de la ignorancia” nos dice, al
explicar que el hombre que conozca estas verdades difícilmente se alejará de lo
correcto y por ende vivirá en una sociedad más sana.
Me pongo a pensar ahora en cuanto camino me
hubiese ahorrado en lo que se refiere a mi relación con los demás, cuantos
errores habría dejado de cometer, a cuantas personas no hubiera herido siendo
más tolerante...en fin. Sin embargo creo también que las cosas llegan a uno en
el momento adecuado, quizás si hubiera leído a Carreño en mi adolescencia no lo
hubiera entendido porque simplemente estaba cerrada a cualquier enseñanza que
salga de su manual o porque no estaba preparada y quizás también si escuché a QEPD Carreño en su momento fue precisamente porque me tocaba conocer una realidad totalmente ajena a mi, que vivía en una burbuja y desconocía mucho de lo que sucedía a mi alrededor.
Algunas de las reglas de buenos modales de este libro a esta altura resultan obsoletas, sin embargo los lineamientos generales sobreviven, tanto así que hace poco invité a tomar lonche a un amigo de la mancha subte, el que nunca claudicó y sigue dando pelea desde su trinchera, quien citado a las 6 de la tarde, me tocó el timbre con puntualidad trayendo en sus manos una bolsa con pan y cien gramos de jamonada, cumpliendo así con una de las reglas básicas del autor del manual que dice: cuando se recibe una invitación a una casa a compartir una cena, una comida o una merienda, no se debe llegar nunca con las manos vacías....sorprendida por este acto generoso, delicado y educado de su parte y mientras le daba las gracias, la bienvenida y recibía los insumos para los sánguches que acompañarían al cafecito, en mi cabeza repetía la conocida frase con mi mas sincero deseo: ¡Que en Paz Descanses Carreño y que de la Gloria de Dios Goces!
Algunas de las reglas de buenos modales de este libro a esta altura resultan obsoletas, sin embargo los lineamientos generales sobreviven, tanto así que hace poco invité a tomar lonche a un amigo de la mancha subte, el que nunca claudicó y sigue dando pelea desde su trinchera, quien citado a las 6 de la tarde, me tocó el timbre con puntualidad trayendo en sus manos una bolsa con pan y cien gramos de jamonada, cumpliendo así con una de las reglas básicas del autor del manual que dice: cuando se recibe una invitación a una casa a compartir una cena, una comida o una merienda, no se debe llegar nunca con las manos vacías....sorprendida por este acto generoso, delicado y educado de su parte y mientras le daba las gracias, la bienvenida y recibía los insumos para los sánguches que acompañarían al cafecito, en mi cabeza repetía la conocida frase con mi mas sincero deseo: ¡Que en Paz Descanses Carreño y que de la Gloria de Dios Goces!

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